De visita por el pueblo

Y como rectificar es de sabios, además de bien nacidos, aclararemos que Montealegre del Castillo sí tiene monte. Aunque pelado y sin arboles tras sucesivas guerras que dejaron esquilmada su masa forestal, con lo que monte y pueblo perdieron también inexorablemente su condición de alegre.

Sobre él, en lo alto de ese monte, como inmejorable atalaya para divisar hasta el mas lejano horizonte los otrora productivos campos agrícolas de la villa... su antiguo Castillo, o los restos de los que fueran, desde el siglo XIII, defensas de un extenso territorio con cierta importancia estratégica sobre la comarca. Donada la fortaleza por Don Juan Manuel, Señor de Villena a su hijo natural Sancho Manuel, pero sufrió las iras de Pedro I "El Cruel", años después, por el apoyo que otorgó la villa a su hermano Enrique de Trastamara, mandó El Rey Pedro arrasar hasta casi sus cimientos consiguiendo que nunca mas volviera a recobrar su originario esplendor.

Del castillo, tal y como fuimos primorosamente instruidos por parte de un joven regidor, que acompañado del mismísimo señor Alcalde y algún otro consejal, nos hacían los honores, supimos que recientemente se habían iniciado trabajos de restauración, lamentablemente interrumpidos en tanto no fueran retiradas unas horrendas, altas y anti estéticas antenas que con sus cables de arriostramiento nos dificultaban el transito por el lugar durante la exaustiva visita. Desde aquellas dos torres desiguales, desde la pequeña plaza de armas y los restos de muros y cimientos, las vistas del pueblo y sus alrededores eran sencillamente extraordinarias, y solo el cansancio y algo de viento nos hicieron aligerar la visita, y volver a bajar hacia las primeras calles del pueblo, siempre guiados por un atento Alcalde, de 74 años y 40 ininterrumpidos en el cargo, que nos fue llevando hasta alcanzar la Iglesia de Santiago, construida con recios muros en el Siglo XVII.

De nuevo instruidos sobre los avatares de la iglesia durante las guerras de Independencia y Civil, y de los diferentes expolios que sufrió, con lo que hoy, ya afortunadamente restaurada, era solo un mal recuerdo y parte de su Historia. De la iglesia resaltaban tras su altar las pinturas murales con aluciones a tres pasajes en la vida de nuestro Santo Patrón y por el que todos peregrinábamos, así como una bella figura del Apóstol llevando en sus manos una pequeña imagen de la Virgen del Pilar y el Niño.
A la salida, de nuevo en la plaza, nos encontramos con la sorpresa de que la Banda de Música del pueblo había tomado posiciones, y tras algunas fotos con ellos y un redoble del tambor, se inició un desfile por la calle principal de Montealegre, al mas puro estilo Berlanga, en la que músicos, miembros de la Corporación Municipal y directivos de la Asociación presidiendo, y todos ellos seguidos por los 50 peregrinos fuimos haciendo el pasacalles, que se convirtió, a los sones de Paquito El Chocolatero y otras piezas festivas, en un improvisado y simpático desfile de Moros y Cristianos pues las "filaes" se fueron formando espontáneamente, ante la mirada incrédula de vecinos que detenían su comida en sus casas y salían atónitos a los balcones.
De esta guisa recorrimos toda la calle Mayor, con la banda redoblando con brío sus intervenciones pues al finalizar cada pieza los aplausos y vivas se sucedían y eso les animaba. Y tras llegar hasta las dependencias del antiguo matadero, nos vimos ante el albergue de peregrinos que habíamos venido a inaugurar. La banda formó solemne a un lado, se adelantaron las autoridades locales y nuestros representantes y tijera en mano procedieron al corte de la cinta con los colores de nuestra bandera mientras los músicos entonaban el Himno Nacional. Sobra decir que fue un momento emotivo y que por momentos llegó a poner los pelos de punta, como siempre sucede cuando suena nuestro precioso himno. Tan emotivo como cuando nuestros queridos Pedro Romero y Federico Ramirez, fundidos en un abrazo, dieron rienda suelta a su emoción y a sus lágrimas de alegría, sin duda añorando al compañero Antonio, que Dios lo tenga en su Gloria, pues también debía haber estado allí viendo abrirse aquel pequeño, sencillo, coqueto y funcional refugio de peregrinos camino de Santiago, y que desde este día cuentan con un lugar muy digno donde descansar y reponer fuerzas a su paso por La Mancha.