martes, 14 de octubre de 2008

Hasta León del tirón

Quedamos en que MD marchó en cabeza, y adelantando por la derecha a todo el que se le ponía a tiro. ¿Qué? ¿Que no...? Ahí tenéis la fotografía para ver que nos sacó a todos la suficiente ventaja como para sentirnos avergonzados.
Una vez arriba, aun tuvimos tiempo de caminar algún trecho cogidos de la mano, como dos tortolitos en fin de semana hasta que por fin nos alcanzó la pareja vasca, justo cuando dejábamos atrás un cementerio y empezábamos a transitar por una zona vallada, en la que los peregrinos se entretenían en colocar cruces con ramas y palos. Luego una rotonda que daba inicio a un polígono industrial de lo mas feo. Talleres, almacenes y concesionarios de automoviles junto a una autovía de salida de la capital. En un momento dado la flecha amarilla nos llevó directamente a la carretera. Durante 5 años he transitado por el Camino de Santiago, y en numerosas ocasiones ha habido que cruzar carreteras mas o menos peligrosas. Pero aquel cruce de autovía a la entrada de León fue lo mas demencial que me he encontrado. La velocidad de los coches; ni una misera isleta en mitad de la calzada para recuperarte del susto; y de nuevo había que atravesar los dos carriles siguientes en los que los coches tras superar un cambio de rasante se embalaban justo a nuestro paso. Que un camino milenario tuviera que pasar por semejante lugar, ante la desidia de los encargados de carreteras que no hubieran previsto un paso mas adecuado para la ingente cantidad de peregrinos que a diario debían transitar por él, clamaba al cielo. Y sin duda la Red general de Carreteras, debía contar con él, con el cielo, y con que el Señor y su Apóstol velaran por que no hubiera accidentes en aquel punto, haciéndoles hacer horas extras.
El caso es que nosotros también salimos indemnes, y algo mas adelante, esta vez sí, una pasarela sobre un nuevo enlace de la autovía nos dejó al otro lado sin mayores sobresaltos. Desde allí tuvimos una fugaz vista de las agujas y torres de la Catedral. Estábamos llegando al final de la etapa y del tramo de aquel año.
Aquello tenía todas las trazas de ser el comienzo de Puente Castro, algo así como un barrio periferico de la capital, y Esperanza que desde hacia horas arrastraba pan y comestibles decidió que debíamos almorzar allí mismo, aprovechando que en la avenida que se nos ofrecía a la vista había numerosos bancos, pero todos ocupados por peregrinos extranjeros que habían tenido la misma idea que nosotros. Al llegar al cuarto vimos como un matrimonio francés acababa su almuerzo. Y justo cuando llegábamos a su altura, yo que iba en cabeza vi como la francesa se llevaba a la boca el ultimo pedacito de su bocata. Fue una visión como a cámara lenta... el pan iba hacia la boca abierta... pero en la punta del pan una abeja iba también para adentro sin que la gabacha se diera cuenta. No fui lo suficientemente rápido para dar la voz de alarma y cuando lo hice ya aquella estaba masticando. Los franceses se quedaron mirándome entre extrañados y enfadados por el grito que dí. Pero no llegaron a reaccionar ni a entender los que yo les decía en mi mas puro francés... los ojos de la francesa parecieron de pronto salirse de sus órbitas cuando la avispa, para salir del aprieto, picó el interior de la boca a la señora. Escupió inmediatamente el bocado con enormes muestras de dolor... la avispa de nuevo libre se sacudió las patas y echó a volar tan campante y todos nos quedamos allí expectantes. La cosa no pintaba nada bien. Mas bien me pareció en un principio que para aquella pareja había acabado su periplo por el "Chemain de Saint Jacques" como les gusta a ellos llamarlo. Les aconsejamos que tomaran un taxi sin tardanza y acudieran a un hospital, consejo que tomaron rápidamente, marchándose y perdiéndose agradecidos. Con lo que por la desgracia ajena, conseguimos un banco perfecto para dedicarnos a lo nuestro... el almuerzo.
Cuando acabamos de comer, todos muy atentos a lo que nos llevábamos a la boca, no fuera que la avispa aún sintiera ganas de juerga, continuamos nuestro caminar, y a los pocos metros MD vio la parada de un autobús urbano, y recordando que la noche anterior ella y Esperanza había hablado de evitarse las entrada a la capital, siempre molesta y aburrida, ni corta ni perezosa, mas bien como una avezada peregrina que se las sabe todas, preguntó a una señora que esperaba el bus, si alguna linea de las que paraban allí, iba cerca de la Catedral. Precisamente el bus que llegaba hasta la plaza de Santo Domingo, cerca de la Calle Ancha y por tanto al mismo centro de León, aparecía detrás de una esquina. Javier y yo decidimos continuar a pie y en un visto y no visto, nuestras dos señoras nos decían adiós por la ventanilla desde sus cómodos asientos.
El vasco y yo continuamos cansinamente, primero cruzando el cauce seco del Río Torio, luego atravesando una zona en expansión urbanística con innumerables obras de edificio de viviendas, unos cruces de carreteras, y por fin llegada a la Plaza de Santa Ana, donde yo me encontré tirado en el suelo un sudado sombrero de peregrino, con una flecha amarilla bordada en un lateral, que cargué en mi mochila y nos fuimos adentrando en el casco antiguo de León por la Rua, calle de notable sabor peregrino. Visitamos el albergue de las Carbajalas donde sellamos y vimos la iglesia de Santa María del Mercado, y pronto alcanzamos la calle Ancha donde desembocamos en la Plaza de Regla y tuvimos a la vista la impresionante y bellísima Catedral.
Entre la idea de visitar la Catedral... y el quitarme por fin las jodidas botas... elegí la segunda opción y raudos fuimos hasta El Infantas de León, nuestro hotel, dejando visitas turísticas para la tarde, ya todos juntos.

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