A media mañana fui adelantando posiciones. Es decir fui dando alcance a peregrinos extranjeros, que sin duda se habían levantado a las 5 de la mañana y salido antes de la seis, para a las 11 ir descolgándose y retrasándose. Así fueron desgranándose kilómetros, pasando por bellísimos pueblecitos, casi todos con dos nombres, uno en español y otro en vasco.
Así, Burguete, el pueblo en el que había desayunado se llamaba en vasco Auritz;
Espinal-Auritzberri; Biskarreta-Gueredain. Los que solo tenían un nombre era, sin duda, porque ya alguien habría considerado que era lo suficientemente difícil de pronunciarlo tal cual. Así teníamos a Sorogain o Lintzoain. Pero si los nombres eran impronunciables, difíciles de recordar, lo compensaba la belleza de sus casas, casi todas con ventanas y balconcillos llenos de flores, las casas con su arquitectura típica en la que no faltaban elementos de madera en sus fachadas, vigas sobre todo; en cada puerta el nombre de la familia que la habitaba y el año de su construcción; las calles limpísimas y en general con un aspecto muy cuidado. Debía dar gusto poder vivir en aquellos pueblos lindísimos, sin polución, casi sin coches ni trafico, sin estrés y solo de cuando en cuando algún paisano por la calle, pero andando como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, sin agobiarse mucho. El transito entre población y población seguía siendo por zonas boscosas y verdes.
En una de aquellas zonas, decidí cambiarme de pantalón y mudar el largo por unos cortos, mas cómodos y menos calurosos. Con lo que, pensando que nadie me vería, me senté sobre un viejo tronco de árbol caido y empecé a cambiarme. Justo cuando me había quitado los pantalones apareció el matrimonio español con los que iba coincidiendo toda la mañana, solo que esta vez venían con un nuevo personaje, otro peregrino que se les había acoplado, y lógicamente tuvieron ocasión de contemplarme en gallumbos. La señora, muy discreta, me saludo como sin darle importancia, ... como si estuviera acostumbrada a ver tíos en calzoncillos por el bosque todos los días. Sin embargo yo me sentí un poco ridículo, una especie de fauno, o sátiro despistado. Ahí enseñando mis piernecitas desnudas, con los calcetines caidos y los calzoncillos sudados. Tiene "guevos" que andes durante horas sin ver a casi nadie, y cuando se te ocurre hacer un extra, te aparece por la esquina toda una tropa de personas en el peor momento. Pero quien siga mis ocurrencias escritas en el blog, ya estará de vueltas, y reconocerá que me suelen ocurrir jaimitadas, como las llamo yo, fuera de lo normal.
Y para jaimitada, lo que me ocurrió hace dos noches: Al ir a arrancar mi coche, sentí un extraño ruido. Todo el coche se movió, seguido de unos terroríficos maullidos... MªDolores y yo nos quedamos acojonaditos... el caso es que los maullidos siguieron. Tuve que hacer de tripas corazón y salir, como un hombre, fuera del coche, porque MD decía que no salía. Siendo de noche y sin farola cerca, no pude apreciar nada en concreto, pero sí imaginar lo sucedido... un gato se había colado en el interior del capó a través de las ruedas buscando el calor del motor.
Toda vez que el jodido gato no parecía poder o querer salir, optamos por tomar el autobús y regresar a casa, esperando que al día siguiente nuestro huésped se hubiera marchado.
Pero cuando yo tengo el santo de culo... !!cualquier cosa ¡¡ El gato no solo seguía allí, sino que a la luz del día la cosa pintaba muy mal para el, y por extensión para mi. Llame al seguro... y no se lo creían. No sabían si mandarme una grúa o una ambulancia... o las dos cosas. En eso que apareció un conocido mio que me dijo que si el gato sufría lo mejor era sacrificarlo... No se que debí decirle, por que me contestó - "! No hombre ¡ Busca un veterinario". (Pero el tío era de los que solo dan consejos... y pensaría que si el coche era mio... y el gato y la solución del problema mio también)
Como había una clínica veterinaria a menos de 500 metros, allá que me fui pensando en la pasta que me iba a costar todo aquello. El veterinario tampoco se mojó. Me salió con que si no podía acceder convenientemente hasta el gato, el no trabajaba. (No me extrañó ni pizca que no quisiera los 100 o 150 € que me hubiera cobrado... el marrón era de cojones) Y a parte de abrirme ficha en la clínica me aconsejo que (otro que "solo moralmente") !!! Llamara a los Bomberos !!! Me quedé algo descompuesto... sentía como las gotas de sudor corrían por mi espalda... (los bomberos, por menos de 600 € no se descuelgan por la barra) Un coche de la Policía Local, a los que paré, también se espolzaron las pulgas conmigo, y lo primero que me dijeron... que no era cosa de ellos.
En eso que llegó la grúa. El conductor, a pesar de que no era de su competencia tuvo que currárselo, ya que el gato estaba atrapado entre la correa del alternador, y cuando intentamos remolcar el coche, cada movimiento de las ruedas atrapaba mas al gato, que daba unos maullidos impresionantes.
A todo esto, cada persona que pasaba por ahí, al oir los maullidos me decía que debía de haber un gato debajo del coche. "Circulen, circulen... aire... y no me hablen de gatos que me pongo atómico" Se marchaban mascullando lo mal educado que era yo... "si solo queríamos avisarle..."
Llame a mi jefe para que me diera el teléfono de un taller cercano por ver si el mecánico me ayudaba. Mi jefe me dio el numero, pero colgó enseguida sin mencionarme si yo necesitaba ayuda. El mecánico, otro tanto... que le llevara el coche, incluso con el gato dentro... que ya veríamos que podía hacerse. Me acerqué a otro taller donde me conocían, incluso me saludaron al llegar con una enorme sonrisa... cuando les hable de mi problema llegaron a jurar que no me conocían de nada (el gato debió maullar tres veces... atajo de Judas ¡¡¡)
Finalmente entre el gruista y yo conseguimos romper la correa de goma. No era sencillo ya que temíamos que por el nerviosismo, el gato perdiera su presencia de ánimos, y se revolviera arañándonos... mordernos no, pues tenía el cuello doblado y no nos alcanzaba. Menos mal.
La verdad es que no fue fácil... pero atacándola con un destornillador al cabo de media hora lo logramos. El gato se suponía que estaba liberado... pero tras más de 18 horas doblado en cuatro debía tener algo de tortícolis y no se movía. Eso sí, había puñados de pelos del gato por todas partes. Por ultimo, nos dirigimos por todo el pueblo con el coche detrás y los maullidos del gato que sorprendían a los viandantes. A muchos se les veía con ganas de decirnos, incluso por señas, que debíamos tener un gato en el coche. Yo miraba al frente y no hacía caso. El sudor ya se me había congelado. Cuando llegamos al taller, el gato había decidido ya bajarse de mi motor y andaba acurrucado en la base de la grua viendo los demás coches pasar. Los mecánicos lo ahuyentaron, y el muy gilipollas escapó metiéndose debajo de otro coche por allí aparcado.
Lo que yo mas me temía, a parte de que la correa hiciera puré de gato, era que me fuera a quedar sin coche varios días. Menos mal que el mecánico en menos de una hora me tenía listo el coche... y solo me cobró 25 €. Le dí 30. Ese no sabía que había estado a punto de llamar a los bomberos.
Con que... jaimitadas las mías. Y bien sonadas ¿verdad?
jueves, 27 de diciembre de 2007
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