Ya sin mis amigos mas queridos, salvo Rafa y Martin que aun estaban por ahí, decidí patearme Santiago, salir un poco del casco histórico. Siempre me ha gustado andar a mi bola por las ciudades que visito y curiosear por sus calles libremente, con que tras desayunar cerca de la Alameda, comprar unos decimos de lotería de Navidad, por si el Apóstol se marcaba un detalle (no se lo marcó finalmente) y sacar dinero de un cajero, me afané en la visita.
Tras unas 3 horas de andar sin rumbo, pero disfrutando el momento, llegue hasta el mercado Virgen Da Xerca. Nunca me pierdo una visita a un mercado. Me encanta ver los géneros expuestos en los mostradores, todos los colores y hasta olores que despiden. A la entrada unas paisanas gallegas, con sus pañuelos negros en la cabeza, vendían sus cuatro hortalizas cultivadas en sus huertos. Algunas señoras hacían sus compras, y a pesar de la hora temprana el bullicio era el característico de estos sitios de venta.
Antes de continuar, deberé explicar que a pesar de mis años, jamás había comido percebes. Verlos, los había visto, pero desconocía que se comía de aquel bichito, y mucho menos, el como.
En este punto, me encaminé hacia la zona de los pescados, con la seguridad de que vería variedades muy diferentes a las que estamos acostumbrados los de la zona mediterránea. Efectivamente, y a pesar que predominaban las merluzas y rodaballos, conseguí ver pescados curiosos y sobre todo comprobar como en cada lugar los nombres de las especies cambia, y estando en Galicia, con una lengua propia, muchos de los nombres eran curiosísimos.
Pero al llegar a los puestos especializados en marisco, fue donde mas disfruté. Camarones, carabineros enormes, gambas rojas, toda clase de cangrejos, nécoras, bueyes, navajas, almejas, berberechos, pulpos, calamares... una variedad inmensa allí expuesta y que haría la delicia de cualquier aficionado al buen comer.
Pero mis ojos se posaron en los percebes y me dije que, estando en esa zona de España, era la ocasión para conocer aquellos moluscos, y decidí comprar unos pocos. No sé muy bien que pensaba en esos momentos. Tal vez que comprando un puñadito podría salir de allí comiéndomelos como si fueran pipas. El caso es que le pedí a una dependienta que me pusiera un puñadito y le pagué. La "jaimitada" podría haber sido sonadísima si no se me llega a ocurrir preguntarle a aquella mujer, que como se comía aquello. Yo veía la uña durísima y el resto demasiado correoso para mis delicados dientes. Menos mal que pregunté, pues la joven me contestó que solo con un puñadito de sal y un poquito de agua hirviendo y en 15 minutos estaba.
¿Como que con agua hirviendo? Pero si yo me los quería haber comido allí mismo... Menos mal que pregunté o me habría dejado los piños masticando aquellas especies de piedras y además crudas ¡¡¡¡
Cuando me marchaba, giré la cabeza por si aun se estaban descojonando de mi en el mercado. Intenté buscar solución al problema de los casi cuarenta euros de percebes que llevaba a cuestas, y la encontré pensando en conservarlos en la neverita de bebidas de mi habitación, esperando aguantaran hasta la noche siguiente en que llegaría a casa. De haber estado mas cerca del mar, los hubiera devuelto a su hábitat natural por si les daba por volver a arraigar, y es que... lo que no pase a mi.
lunes, 10 de diciembre de 2007
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1 comentario:
francamente lo de los percebes, si me pasa a mi, no solo no lo cuento, sino que a demás simpre lo hubiera negado.
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