viernes, 7 de diciembre de 2007

Primeras despedidas

Nada más salir de misa, nos fuimos hasta un pequeño bar donde tomar un aperitivo. Alberto y MªJesús volvían a Oviedo aquella misma tarde... se acababa lo bueno. Sentados ahí vimos pasar a Carmen, la roncadora de Málaga, y curiosamente, esta vez si se dignó responder al saludo de Inma, e incluso a tener unas palabras con nosotros. Nunca es tarde si... nos despedimos de ella justo cuando vimos aparecer por aquella calle a nuestro escocés errante, Martin que venía acompañado con la jovencita alemana con la que crucé unas palabras mi primer día de camino hacia Triacastela. Andaban buscando alojamiento, y Alberto el ovetense, quedó en acompañarlos hasta el hostal que ellos mismos iban a dejar en esos momentos. MªJesús, cuando iniciábamos los besos y abrazos de despedida, fue entregándonos a cada uno de nosotros, un pequeño colgante con una tau de madera, un símbolo celta, también relacionado con la orden templaria según tengo entendido. Aquel simple regalo, que ella quería que fuera un recordatorio de nuestra amistad, lo he llevado cada año conmigo en mis nuevas salidas al Camino colgado de mi cuello. Fue duro verlos marchar, y constatar que inexorablemente el grupo había de separarse. Algo así como las excursiones o campamentos con el colegio cuando eramos pequeños, que un vacío se apoderaba de nosotros cuando todo aquello tocaba a su fin. Aunque no sabía en aquellos instantes que no pasaría mucho tiempo para que volviéramos a reunirnos.

Con el tiempo justo, llegue al restaurante donde debía comer con mi padre, su mujer y sus amigos, un matrimonio, como dije de Vigo que, entre otros numerosísimos negocios, tenían una finca donde cultivaban uva y comercializaban una marca de vino Albariño, del que precisamente habían traído unas botellas, y tras pedir permiso en el restaurante, degustamos en aquella comida. Mi hermana, enferma desde el día anterior, había vuelto a Alicante interrumpiendo sus vacaciones.

Una vez acabada la suculenta comida, conseguí escabullirme y llegar hasta mi hotel, donde me dí un homenaje, en forma de enorme siesta. A media tarde salí para la compra del grueso de los regalos, y mandé también todas mis postales a los amigos y familiares. Una visita a unas salas de exposiciones en el museo del Colexio de Fonseca, donde ladinamente me coloque cerca de un guía y aproveche sus explicaciones al grupo que llevaba. Luego una vuelta por la Rua Nova, para ver puestos de un mercadillo y una vieja librería llamada Vetusta, no podía llamarse de otro modo, y de la que aconsejo, a mis lectores cuando tengan tiempo se den una vuelta en internet para conocer algo de su historia. Para poder apreciar el inconfundible olor de libros viejos, y percibir como el tiempo parece haberse detenido en aquella pequeña tienda, no habrá mas remedio que pasarse por Santiago y encontrarla, ahí anclada, al lado de la iglesia de Santa María Salomé.
Había quedado por la mañana con mis granadinas para cenar, y nos encontramos sentados en un mesón de la Rua del Franco, donde nos pusimos hasta las cachas de pimientos de Padrón y otras verduras, estas a la plancha.
Después de cenar, tocaba una nueva despedida. Inma, Mari y Angustias partían a la mañana siguiente hacía Granada, con lo que de nuevo nos tocó ponernos melancólicos y sentimentales, y nos despedimos con las promesas de seguir llamándonos cada cierto tiempo, cosa que hemos cumplido a lo largo de varios años. Y siendo hoy 7 de Diciembre, debo de acordarme mañana mismo, día de la Inmaculada, llamar a Inma para felicitarla por su santo.

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