martes, 18 de diciembre de 2007

Viaje culinario

Pero vayamos por orden. Nada mas terminar con los abrazos y dejar las cosas en el apartamento nos encaminamos a casa de los padres de MªAngustias, una sencilla vivienda en pleno casco antiguo de La Herradura, con un lindo jardín donde crecían flores y muchos y variados árboles tropicales, como chirimollos, nispereros, aguacates, ya que el microclima de la costa granadina es especial. La familia de Angustias, ya de por si numerosa, e infinidad de amistades nos esperaban para comer. También andaba por ahí el párroco del pueblo, que se apuntaba a un bombardeo siempre que hubiera comida de por medio. Esta consistió en una empetonada de sardinas al mas puro estilo andaluz, salmorejo y migas que se comieron con melón. A los postres fueron apareciendo mas amistades, una de ellas con una guitarra, con lo que empezaron los cantes. La charla fui muy agradable, solo empañada por las migas que iban hinchándose y produciendo cierto sopor en aquella tarde de principios de verano.
Algo mas tarde, Inma y Mari nos llevaron de visita turística junto con los ovetenses, y pudimos apreciar que, cuando por aquellas sendas gallegas, las tres nos decían que su pueblo era muy bonito, en absoluto mentían. La Herradura a pesar del turismo de playa que proliferaba por ahí, conservaba cierto sabor a pequeño pueblo marinero, solo empañado por alguna que otra construcción de apartamentos pero que no desentonaba como otras poblaciones.
Tuvimos poco tiempo para descansar. El justo para cambiarnos y encaminarnos a un restaurante junto a la playa para cenar. Las mujeres lucían bellísimas, las granadinas y MªJesús no me parecían las mismas, y me dí cuanta que, salvo a MªDolores, a las demás solo las conocía vestidas de excursionistas, con botas para caminar, simples camisetas y pantalones cortos y anchos.
Y de nuevo nos pusimos a comer a dos carrillos, cuando las migas aún se hacían sitio en nuestros estómagos. En esta ocasión la cosa consistió en un fresquito Ajo Blanco con trocitos de manzana, una variedad de foies y como plato fuerte un codillo de cordero al horno. Durante la sobremesa, que fue larga, propuse un nuevo tramo del Camino y expuse mis planes de caminar por Navarra, pero no debí hacerlo con el suficiente ahínco, ya que mis compañeros declinaron uno por uno la invitación, argumentando que era demasiado seguido al viaje por Galicia y que mejor sería dejarlo para mas adelante. De ahí, sin embargo, salió un proyecto de continuación hasta Finisterre ya que Mari quería cumplir con la vieja tradición de quemar las ropas junto al "finis terrae". Por lo que la cosa quedó aparcada, pero no olvidada, y ese tramo será sin duda algún otro año.
De nuevo en el apartamento, que compartíamos con Alberto y MªJesús, solo nos dio tiempo a una breve charla, que a mi me hubiera gustado hubiera sido mucho mas extensa. Pero Alberto debía madrugar al día siguiente, pues el se encargaba de la comida de ese domingo.
Por la mañana MD y yo nos levantamos algo tarde, cansados del viaje y del ajetreo del día anterior. Hicimos de nuevo las maletas, pues volvíamos a Alicante justo después de comer y salimos a desayunar. Dimos una pequeña vuelta por la playa y acudimos a la bonita iglesia del pueblo donde nuestras amigas ayudaban a la celebración de la misa de 12.
No nos dio tiempo a mucho mas, pues acabada la ceremonia religiosa nos encaminamos hacía la casa de la madre de Inma y Mari. Y vuelta a empezar, esta vez con diferente pero igualmente nutrida familia, y con casi los mismos amigos del día anterior, incluido el cura naturalmente. El lugar elegido para la comida fue el patio delantero de la casa, donde se habían colocado la totalidad de mesas y tableros de la casa bajo una tupida parra. La casa de Mari y su madre, elevada en una pequeña loma, tenía una vista soberbia de la bahía y del pueblo desparramándose hasta la orilla del mar.
Y por fin Alberto y MªJesús aparecieron con dos magnificas ensaladas y una enorme olla de "faves" como las llamaban ellos, con una también enorme fuente con todas las carnes y embutidos de una fabada. Lacón, chorizo y morcilla, tocino... un auténtico festín para la vista y para el estomago. Aquello estaba de puro vicio... como para guardar régimen. El cura repitió como cuatro veces. Una mas que yo. Y de nuevo la tertulia se fue animando mientras degustábamos el postre preparado por Mari, un sorbete de limón preparado en un recipiente industrial de unos 25 kilos, con no se cuantos botes de leche condensada. Mi diabetes protestando, pero yo dale que te pego. Nuevos familiares y amigos fueron llegando y aquello se convirtió en algo multitudinario, un rato muy agradable, solo ensombrecido por la hora de marchar de vuelta a "la terreta" y las cuatro horas viaje que aun nos esperaban.
Recuerdo, cuando con el coche ya enfilábamos la carretera, a todos mis amigos, desde aquel pequeño cerro donde estaba situada la casa, despidiéndonos con las manos en alto. Una imagen que se me quedó grabada en la retina, y que cuando vuelve a mi memoria, me da una especial alegría por contar con tan buenos y desinteresados amigos. Y desde ese día, también amigos de mi mujer.
Había valido, y mucho, la pena de tan largo y fatigoso viaje. Aquel reencuentro había fortalecido nuestra ya de por si magnifica amistad. Y no sería aquella la ultima vez.

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