jueves, 13 de diciembre de 2007

La maldición de los percebes

Once horas de tren dan para mucho. Para escribir en el cuaderno, para ver pasar el paisaje y para aburrirse un montón. Con lo que decidí que lo peor del Camino a Santiago para los del sur, son los viajes de ida y vuelta, salvo que se viaje en avión.

Todavía en 2004 se podía matar el tiempo fumándose un cigarrillo entre vagones, u ocupando insolidariamente el aseo para el disfrute del vicio. Hoy día te tiran del tren si te pillan. En uno de mis innumerables viajes al vagón restaurante entable conversación con un par de peregrinos que habían salido desde Roncesvalles, y contaban que en Navarra no habían encontrado un buen trato hacia los peregrinos, y que el ambiente entre los jóvenes estaba bastante politizado. Tomé nota del comentario para mi proyecto de próximos años, aunque no dí excesiva importancia al hecho.
Las horas pasaron muy lentamente, lo que me dio tiempo a hacer una profunda reflexión sobre aquello de "Papa, ven en tren"... y no conseguí encontrarle mucho sentido.
Pero finalmente, a las ocho de la tarde entrabamos en Alicante y, !! sorpresa ¡¡, mi mujer y Alvaro me esperaban en la estación. Y tras la foto de rigor, iniciamos el regreso a casa en el que yo debí intentar contar todo lo acontecido en mas de una semana, en apenas unos minutos. Mi ansia por relatar toda la aventura generó una verdadera incontinencia verbal, y al mismo tiempo mis primeros síntomas de frustración al no poder relatar con simples palabras toda la emoción que me habían hecho sentir aquellos días en el Camino.

Ya en casa, fuí sacando los regalos que había traído para mis seres queridos y observando las miradas ilusionadas a medida que desenvolvían los paquetes. Y para terminar... ¡¡¡ Chachán, chachán ¡¡¡ (ruido de fanfarrias)... saqué la bolsa de los percebes. Ante mi estupor, las sonrisas se apagaron y las caras cambiaron por rictus indefinidos pero nada alagüeños. MªDolores se negó en redondo a comerse aquellos bichejos tan feos y, según ella, asquerosos. No salía de mi asombro... ni siquiera probar uno por darme gusto a mi. Después de la movida que había tenido que realizar yo para traerlos, sin contar lo mal que debían haberlo pasado los animalitos durante el viaje... MD y yo nos solemos enfadar tres veces al año, y los enfados no han pasado nunca mas allá de los 5 minutos. Aquella noche tuvimos nuestros 5 minutos... y yo además una indigestión, porque tuve que comerme yo solito todo el paquete. Eso si, cocidos durante 20 minutos y con su puñadito de sal, tal y como me había aconsejado la gallega... que crudos.... son aun mas indigestos.

No creo que haga locuras por comer percebes en adelante, tampoco me parecieron tan extraordinarios. Pero si lo hago, recordaré siempre aquel episodio, del que solemos reírnos en casa a mandíbula batiente. MD con cierta actitud numantina, recordando que se resistió y no transigió.

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