viernes, 11 de abril de 2008

Montes de Oca

Nada mas salir del bar, y por una estrechísima acera, junto a la calle que, en pronunciada bajada, llevaba a los enormes trailers a casi rozar a los peatones, fui iniciando la salida de Villafranca. Tal y como relata MªCarmen en su comentario, las primeras rampas de la subida, justo frente al antiguo Hospital Real de peregrinos hoy casi abandonado, se hicieron durísimas. Y a mi me lo hizo aún mas duro una llamada al móvil de Esperanza, nuestra compañera del año anterior por Roncesvalles y Navarra. Como bien sabe Rafa de Almería (hoy, rebautizado "el vecino de abajo") Esperanza es de las que cuando empieza a hablar... no para. En lo peor de la ascensión, se puso a darme palique y a explicarme que en un par de días se ponían en camino para recorrer el tramo que yo estaba realizando, Logroño-Burgos. Entre la dificultosa subida y los cigarrillos que me había fumado durante mi descanso, me faltaba el aire. Con lo que el bocadillo y el café que pugnaban por salirse. Y encima atendiendo la llamada. El caso es que ella notaba mi entrecortada respiración al hablar, pero no aflojaba en su incontinencia verbal... no soltaba el bocado, como suele decirse.
Menos mal que cada cierto tiempo el terreno se convertía en falso llano, dando un respiro tanto a mis pulmones como a mis piernas. El paisaje sin embargo, era excepcional, con tramos de auténtico bosque. Robles y helechos. Incluso la niebla aparecía en cuanto el sendero se empinaba. Desde mi paso por los Altos de Mezkiritz y de Erro, o incluso desde el año anterior en O'Cebreiro, no recordaba haber transitado por bosques tan hermosos. Lo cierto es que ya se echaban en falta... ya he dicho en otras ocasiones que me produce un auténtico goce atravesar esos bosques que te encuentras tan de tarde en tarde por el Camino de Santiago, con lo que a pesar del cansancio de la marcha iba disfrutando como un enano.
A la altura del Alto de la Pedraja, donde se podía ver la carretera nacional y los camiones que transitaban por ella, los robles dejaron paso a los pinos negros, la vegetación empezó a escasear y el camino antes estrecho y serpenteante dio paso a un terreno mas ralo.
Tras el Monumento dedicado a los fusilados del 36, en el que podía leerse " No fue inútil su muerte, fue inútil su fusilamiento" se me ofreció a la vista una cuesta preocupante. Primeramente, una bajada espectacular, en la que los ciclistas me pasaban como auténticos bólidos, luego un regato sobre el rio Turientes con un puentecillo, mas bien una pasarela con varios listones de madera rotos, para encarar la terrible cuesta arriba de apenas unos cien metros, pero de una dificultad tal, que los ciclistas debían poner pie a tierra, y aún así se tambaleaban para poder subir. En lo alto la vista, de nuevo espectacular, dejaba ver los inmensos bosques que acababa de atravesar y un rosario de peregrinos que aparecían a lo lejos como pequeñas hormigas, laboriosas, andarinas.
Y de pronto los altos pinos se retiraron aún mas del camino, dejando sitio para una cañada real, vestigio de la trashumancia. Si al principio el sendero no pasaba de un metro de anchura, tal y como puede verse en la foto, en aquel tramo se amplió hasta mas de 30, y en algunos lugares los cortafuegos cruzaban y cortaban el camino.
Paré a descansar, comer parte del bocadillo de Villafranca, y fumar un par de cigarros. Y en eso estaba cuando fui alcanzado por un nacional que iba hablando, mas bien martirizando con su cháchara, a una chiquilla bien joven. El tema de su conversación eran las miles de fotos que conservaba en su ordenador de otras veces que había hecho el Camino, fotos que solía ver mientras sonaba en el aparato, música de cantos gregorianos a cargo de los Monjes del Monasterio de Silos. Algo debí decirle al respecto, algo como que me daba sana envidia aquella excelente idea que había tenido, ya que el tipo paró a conversar conmigo y me explicó que se llamaba José Luis, que era onubense, jubilado del Banco Bilbao Vizcaya, y que la jovencita era austriaca y arrastraba problemas de rodilla. Ella ponía carita de cordero degollado, mas por la pesadez y petulancia del onubense que por los dolores que pudieran aquejarla.
Andé con ellos unos centenares de metros, pero poco a poco la conversación de aquel hombre me fue resultando pesada. Mas que la conversación, cierta actitud prepotente del que ya lo sabe todo. ! Vamos ¡ uno de los que gusta de "sentar cátedra".
La hora de tránsito por la cañada se me hizo eterna. Me propuse continuar el ritmo del onubense y la austriaca, pero sin llegar a alcanzarlos... a distancia. Y como no hay mal que cien años dure... el bosque de pinos acabó de repente, iniciamos una ligera bajada y pronto tuvimos el Monasterio a la vista. Yo me alegré mucho, pues pensaba que había terminado por fin mi etapa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenos días:

Pobre Esperanza. Echarle a ella la culpa de tu falta de oxígeno. La culpa la tiene esa maldita salida de Villafranca que bien se parece a los últimos 200 metros del alto del Poio, con la diferencia de que saliste con la panza llena y los pulmones un poco ahumados.

Eso sí, en esta etapa merecía el esfuerzo. Fue preciosa.

Anónimo dijo...

Para Rafa «el vecino de abajo»

No creo que Pablo de Varsovia fuera un caradura. Pudiera ser un creyente y tener alguna promesa que cumplir. Si le hubiera echado morro, se habría venido a Madrid, sentado en el metro y a vivir de las limosnas que pidiera. Que conste que él en ningún momento pidió. Simplemente le dimos cuando pudimos. No volvimos a verle después de San Juan de Ortega.

Buen fin de semana para todos.

Besos

Anónimo dijo...

Hola M. Carmen. No creo que fuera un cara dura, más me parece un zumbado de tantos que andan por el Camino, solo digo que se parece a algún famoso engañabobos del panorama nacional, de esos que te dicen lo que quieres oir, a cambio de unas raras plegarias y un sustancioso donativo, pero no que él sea así.