Coloco la foto de la imagen de San Bruno, fundador de la Orden de los Cartujos, no porque me haya dado la vena religiosa... (a la mañana siguiente me encontraba totalmente recuperado de los excesos místicos de la tarde anterior), sino por que me viene al pelo, pues según los planes previstos, tocaba visita a Miraflores y a Las Huelgas.
Con anterioridad, me había despertado, yo solito, sobre las siete. Ningún peregrino aquella mañana había hechos los típicos ruidos. Por tanto me dedique a asearme y vestirme dando todos los golpes y portazos de los que fui capaz... la venganza se sirve en plato frío, suelen decir.
Y frío es lo que me encontré, cuando atravesaba por un puente el Rio Arlanzón y me encaminaba por el Paseo de la Quinta. La gente que me encontraba a mi paso iba vestida ya de invierno, y me miraba extrañada por mis pantalones cortos. Tardé casi dos horas en llegar hasta la Cartuja de Miraflores, ya que erré el camino en una ocasión, aunque tuve oportunidad de ver un remanso del río plagado de bonitos patos e infinidad de zonas arboladas.
Nada mas entrar en el claustro, me crucé con un auténtico cartujo, con su habito blanco e incluso con su tonsura. No fui lo suficientemente rápido como para sacar la cámara a tiempo, pues el "hermano" corría como un gamo, desee que fuera por que llegaba tarde al oficio de maitines, eso hubiera completado bien "el cuadro". De cualquier manera, perdí la oportunidad de una excelente foto. Por el contrario, saqué mi entrada, compré el libro del monasterio y un rosario de pétalos de rosas, que mas tarde coloqué como regalo a la familia.
A pesar de que la cartuja estaba en plena restauración, y que el singular retablo mayor permanecía protegido por una enorme tela debido a los trabajos, esta tenía impresa, a tamaño real, la fotografía del singular entramado iconográfico. Contemplé extasiado el famoso sepulcro de alabastro de Juan II e Isabel de Portugal, mandados construir en 1.486 por su hija, Isabel La Católica, a Juan de Siloé, que le dio esa particular forma de estrella de 8 puntas. También disfruté con la exquisita sillería del coro, con innumerables tallas de vírgenes, santos y en especial con una curiosa figura de un Santiago Peregrino, que había sido expuesto con su restauración a medias, con una de sus mitades sin arreglar y en la que podía apreciarse los efectos de insectos xilófagos y carcomas, con centenares de pequeños orificios. Unas pantallas de televisión daban interesantes vídeos de todos los tesoros que albergaba la cartuja y que debido a las obras dejaban de verse, con lo que al menos la visita fue ilustrativa y no fue un viaje perdido.
Con algún que otro problema al regreso hacia la capital, de nuevo en forma de vía del tren y vallas, lo que mi hizo acordarme de las peripecias de dos días antes con MªCarmen y Luis Ángel, volví de nuevo a encontrar La Quinta, andando esta vez por una auténtica alfombra de hojas secas caídas de los árboles, lo que me valió la oportunidad de unas bellas fotos de Burgos en otoño.
El paseo o mas bien la tremenda caminata, que me supuso cruzar Burgos de punta a punta, me llevo de nuevo cerca de dos horas. Al menos las vistas desde el rió eran fabulosas, y conseguí hacerme una idea de donde estaba la estación de ferrocarriles, ya que dí con un peregrino sesentón, que acababa de llegar en tren y andaba como yo buscando Las Huelgas para una visita rápida antes de iniciar el Camino.
Llegamos unos minutos después de la una, y la última visita guiada de la mañana acababa de iniciarse. Tuvimos que correr para poder agregarnos al grupo turístico que comandados por una eficiente guía del Patronato Nacional de Turismo, nos fue llevando por las diferentes salas y capillas del impresionante Monasterio. Primero la nave de Santa Catalina o del Evangelio, donde me hizo gracia el suelo de enormes tablas de madera. que supuse era el parquet de aquella época. Seguimos por el Coro de Las Monjas, para salir al claustro mayor o de San Fernando lleno de relieves en piedra; de ahí a la Sacristía donde me llamó la atención una enorme puerta con influencias mudéjares; luego al claustro de Las Claustrillas con sus altas y retorcidas columnas; nuevas salas y capillas con infinidad de cosas interesantes, para finalmente salir a un zona de huerta, donde en una pequeña ermita de impresionantes artesonados en los techos, pudimos ver la figura del Santiago del Espaldarazo, que con su brazo articulado y armado de espada, servía para armar a los caballeros en la edad media.
Terminamos la visita con un paseo por los exteriores, donde admiramos las trabajadísimas fachadas del enorme Monasterio.
Casi las dos de la tarde, y con un hambre canina, aún me quedó tiempo para acercarme hasta el Albergue Municipal del Parral, practicamente a la salida de la ciudad, donde sellé mi credencial e inicie el largo camino hasta el restaurante Don Nuño, frente a la catedral. Si la contemplación de aquellas dos maravillas que había disfrutado aquella mañana me tenían abobado, el pensar en lo que venía a continuación me dio alas para esprintar por las calles de Burgos.
miércoles, 30 de abril de 2008
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