Tal y como prometí ayer, regresamos al diario del Camino y a aquel último día en Burgos. A lo tonto a lo tonto, me había metido entre pecho y espalda aquella mañana una buena pila de kilómetros, en aquel recorrido hasta La Cartuja, vuelta hasta la ciudad, continuación hasta el Monasterio de Las Huelgas, y de nuevo hasta el centro. Varias horas andando... como si de una etapa mas se tratara... y sin haber probado bocado, sin ni siquiera un simple café, las tripas me iban produciendo retortijones a medida que andaba por el bonito Parque de la Isla que bordeaba el rio Arlanzón. Con la vista buscaba las agujas de la Catedral, donde me esperaba mi bien ganada comida.
Me senté de nuevo en el Mesón Don Nuño y esta vez pedí el cochinillo a la leña.
Ahí lo tenéis... ! Animalico...¡ descansando sobre su lecho de patatas fritas... ! Que pena me dio¡ Pero, como siempre, se me pasó enseguida y ataqué aquella sabrosa carne como un naufrago. Y cuando se fueron acabando las patatas, la emprendí con la ensalada que en un principio no pensaba comerme. Resultado: me volví a ganar los elogios del camarero, y una vez acabado, conseguí una excelente foto del descarnado esqueleto de un cerdito, ya que rapiñé hasta las poca mollitas que tenía el muñón de la pata, con piel y todo.
Acabado el postre y el café, y a diferencia del día anterior con la olla podrida, me sentí renacido y con fuerzas, con pocas ganas de siesta, sin duda el colesterol y las grasas animales polisaturadas habían tenido algo que ver. Bien al contrario, decidí visitar el Castillo, con lo que ascendí la empinada cuesta hasta alcanzar, primero un mirador desde el que la vista de Burgos era excepcional, para mas arriba llegar hasta las puertas del castro y encontrarme con que a esas horas estaba cerrado. De todas formas desde las rejas podía verse que la visita no era nada importante, cuatro muros de piedras grises, un par de fosos y poco mas.
La bajada la hice por un camino diferente, siguiendo las rojas murallas hasta llegar a la medieval Puerta de San Esteban, y de ahí al Barrio Gótico con varias iglesias interesantes. De pronto me encontré en la plaza de las Cuatro Estaciones, donde su pequeña fuente, las balconadas y miradores acristalados de las típicas casas y la vista de las agujas de la catedral daban al conjunto una bellísima estampa de un romanticismo propio de otros tiempos.
Pasé por delante de la Taberna del Tenorio, una especie de pub o mesón que me hubiera gustado conocer por dentro, pero me quedé con las ganas ya que la hora de la tarde no era la mas propicia para ello. Así, callejeando y fotografiando todo aquello, me encontré de nuevo en Lain Entralgo. Compré unas cajas de dulces, unas tabletas de chocolate y un kilo de morcilla de Burgos, acordándome de "la coletilla" que siempre suelta Rafa, el vecino de abajo... "Si vas a Alicante no dejes de probar su morcilla de Burgos..." (supongo que le sirve para cualquier ocasión, bastándole cambiar Alicante, por Murcia, Caceres o Argentona...)
Y de nuevo al hostal donde tras dejar los paquetes, me dí una ducha caliente para tratar de resucitar las piernas... (las necesitaba para mas adelante) y después de descansar un rato, volví a salir para una nueva inspección. Aunque no fui muy lejos. El cansancio me tenía agarrotado y dolorido a pesar de la larga ducha. Paseé lo justo hasta volver a ver la Plaza Mayor, la estatua del Cid y la Casa del Cordón y para entrar en una tasca y cenar un pincho de tortilla y merluza rebosada.
Llamé a MD y mas tarde a mi hermana, que acababa de salir hacia Pamplona y Roncesvalles para iniciar en solitario su Camino a Santiago. Tuve las fuerzas justas para preparar mi mochila y ubicar los paquetes y regalos que llevaba a casa y me dejé caer en la cama, donde me desmayé plácidamente.
martes, 6 de mayo de 2008
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