Debo antes de nada, dar la bienvenida a MªJesus, mi compañera de andanzas por Galicia en el año 2004, mi ovetense favorita, que después de 7 meses de blog, (! Por fin ¡) se digna visitar estas pobres líneas diarias. Espero que también las granadinas esten "conectadas", pero estas no recibiran bienvenidas hasta que no hagan algún comentario. Es una enorme alegría contar con las gentes que a uno le importan, y que ademas fueron las protagonistas de esta bitacora durante las primeras entradas.
Y siguiendo con aquella, mi primera etapa, entre Orito y Elda, comentar que en el recorrido entre Monforte del Cid y Novelda, se levantó un tremendo viento que hizo mas desagradable el transito por el cinturón industrial de la ciudad marmolera. Ya en Novelda tuvimos ocasión de ver y conocer el albergue de peregrinos que allí se había abierto. Pequeña planta baja, con capacidad para unas 6-10 personas y que solo es habilitado previo aviso de la visita. Infraestructura totalmente alejada de los albergues a los que se está acostumbrado y que uno se encuentra en el Camino Frances u otros de mas arraigo, pero que para un Camino que recién empieza a potenciarse es todo un logro. Tal vez testimonial por el poco uso que de él se debe hacer, pero por algo debe empezarse para cimentar la ruta convenientemente.
Tras parar un momento frente al Ayuntamiento y la Iglesia Mayor, continuamos por una calle del casco antiguo donde varios edificios modernistas, muy bien conservados, nos llamaron la atención.
Seguimos nuestra conversación con Tere y Berin, ya saliendo de la población, y resultó que Berin era cuñada de un compañero mio de Hermandad de Semana Santa, y que un hijo de Tere era o había sido costalero de la Santa Cena. El azar y las casualidades de la vida.
El tramo estaba perfectamente señalizado, con flechas amarillas cada cierto tiempo e incluso un poste con diferentes carteles, entre los que estaba uno dedicado al camino de Santiago. Caminabamos por el margen de un riachuelo o ramal del Vinalopó bastante contaminado por las fabricas de granito y marmol de la zona, pero a pesar de ello la vegetación era la típica de las zonas con humedad en las cercanías. A lo lejos se divisaba ya el Castillo de la Mola, a cuyas estribaciones llegamos cuando daban las once. Sin nada en el estomago, salvo el cortado que habíamos conseguido tomarnos a las nueve, nos tenía algo hambrientos, y también algo cansados por el ritmo casi frenético que Antonio, nuestro guía, imponía a la marcha, y sin apenas paradas.
No reparé en que nuestras nuevas amigas quedaban a los pies de la pequeña montaña, e iniciamos la subida a La Mola, primeramente por una carreterita asfaltada, para luego, ya con tierra, pinos y mas vegetación realizar la dificil ascención. Eran solo unos trescientos o cuatrocientos metros de subida, pero de una dureza inesperada. No diré que pareciera el Perdón o el Alto del Poio, pero en algunos momentos me los recordaron, y solo aguanté como un hombre la subida, empujado por la idea de que en la cima me comería mi bocata.
No estabamos para visitas turisticas cuando llegamos, mas bien para recuperar la respiración. Elegimos, mi hermana y yo, un lugar a la sombra y desenvolvimos el papel de aluminio de nuestros almuerzos... ¿o primero vaciamos sedientos las botellas de agua? El caso es que el descanso y la comida nos sentaron de maravilla y ya pudimos visitar, tanto el castillo arabe, con sus restos de murallas, baños de la milicia y ruinas de la torre del homenaje, para mas tarde dedicarle toda nuestra atención al Santuario de La Magdalena con su inconfundible sabor Gaudiano. Nunca había estado en aquella iglesia, a pesar de verla de lejos infinidad de veces al paso por la autovía de Madrid, y a pesar también de la proximidad con Alicante. Por lo que dí por buena la sorpresiva escalada hasta allí arriba, solo por admirar las afiligranadas fachadas y torres del Santuario. El interior, muy simple, casi austero, solo disponía de algunos cuadros sufragados por antaño familias pudientes noveldenses. Tras un breve rezo y varias fotos iniciamos la bajada y donde caí en la cuenta de que tanto Tere como Berin, la experiencia es un grado, se habían ahorrado el sofocón de la ascensión y habían almorzado tranquilamente al pie del monte.
Habiamos pagado la novatada, como unos pardillos (que es lo que eramos... no nos vayamos a engañar) pero tampoco podíamos perdernos la oportunidad de la experiencia de aquella visita... y además... !Allá donde fueres, haz lo que vieres"... y si todo el mundo subía La magdalena... ¿A donde debía ir Vicente...? ! Pues a donde va la gente.¡
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