"El montañero navarro Iñaki Ochoa de Olza, de 40 años, ha fallecido esta mañana en el monte Annapurna (8.091 metros), después de permanecer cinco noches en su campamento base a 7.400 metros de altitud, hasta donde había conseguido bajar, en estado grave, afectado por una lesión cerebral complicada por otra pulmonar debido a un proceso avanzado de congelación... El montañero no podía andar ni hablar, aunque ayer experimentó una ligera mejoría tras recibir la medicación que le hizo llegar el alpinista suizo Ueli Steck, uno de los primeros en llegar, movilizados para su rescate... Iñaki era un experimentado montañero que contaba en su currículum deportivo con 30 Himalayas y 15 ochomiles diferentes..." (Agencia EFE)
Hasta aquí la noticia de la que hoy se hacen eco todos los periódicos.
El montañismo no tiene nada que ver con el Camino a Santiago... por supuesto... pero que un deportista fallezca en la practica de su deporte o actividad favorita, suele afectar a mis fibras mas sensibles y me deja un regusto amargo.
El montañismo de altura, como este es el caso, es sin lugar a dudas un deporte de riesgo. Exigente como pocos por su dureza, en la mayoría de las veces muy solitario, y con los peligros añadidos de posibles caídas, falta de oxigeno y congelaciones
El alpinismo no es deporte en el que se tengan contratos multimillonarios, caso del fútbol, tenis o golf. Si acaso algún spónsor publicitario puede hacer mas llevadera la aventura, que no así la vida tras la escalada.
Por tanto ¿Que lleva a una persona a embarcarse en tales aventuras? ¿Compensa tanto sufrimiento la consecución de una cima? ¿Vale la pena morir en la montaña?
Preguntas difícil para quien no está acostumbrado a la escalada... por ejemplo yo, que me veo morir cuando por un corte de fluido eléctrico toca subir las escaleras de casa sin ascensor.
En mi ignorancia del tema, entiendo que todo debe empezar por un desmesurado amor a la naturaleza. Primero el senderismo, luego pequeñas escaladas, y cuando uno se ve capacitado, con fuerzas de sobra, todo esto debe quedarse pequeño. Sin duda ha de ser un tremendo afán de superación lo que debe motivar a estas personas.
También el contacto con la naturaleza en su estado mas puro y primitivo ha de ser un potente atractivo para ellos. El hombre, solo con pequeños aditamentos técnicos, enfrentado a una mole de piedra, hielo y granito. Sin trampa ni cartón. Solo con la pericia, la experiencia y las propias fuerzas. Ese es el reto. Y sin embargo, por desgracia, no siempre son suficientes, ni sinónimo de éxito, como este es el caso.
La soledad y la paz que debe sentirse allá arriba, una vez conseguida la cumbre, han de ser impresionantes. Y el chute de adrenalina efímero, puesto que todo lo que sube ha de bajar, y de nuevo nuevas emociones y problemas esta vez hacía abajo.
Otros deportes y ocupaciones entrañan riesgo. En los que también se juega en el envite la propia vida. Es el caso de la Formula Uno, el parapente... el toreo... el albañil en el andamio...
Pero la muerte de un alpinista, sin duda una verdadera desgracia, tiene sin embargo para mi un plus de romanticismo. El de un tipo que acabó sus días con algo que le apasionaba. Alguien que ahora mismo estará escalando hasta las puertas del cielo, esperemos que sin campo base intermedio. Y que al llegar obtendrá la mejor de las vistas posibles... el mundo entero.
viernes, 23 de mayo de 2008
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