viernes, 6 de junio de 2008

La Gineta-La Roda

La tercera etapa del año 2007 quedó fijada para el sábado 5 de Mayo, y a pesar de que el día anterior amenazó lluvia, finalmente nos salio un hermoso y soleado día de primavera. Las etapas del Sureste daban un cualitativo salto hacia delante, y dejábamos los secarrales de nuestra Comunidad Valenciana, para adentrarnos en el corazón de La Mancha. De esta manera establecida la cosa, hubimos de madrugar un poco saliendo a las 7,30 de la mañana para recorrer con el autobús la distancia que nos separaba de Albacete, incluso mas allá, hasta La Gineta, para iniciar la etapa todavía a buena hora, pues eran las 10 cuando empezábamos a andar, no sin antes dejarnos clavar lastimosamente en un bar a la salida de aquel pueblo, donde se nos permitió tomar un rápido desayuno.
En cuanto empezamos a caminar por un carretera comarcal, nos dimos cuenta que el paisaje había cambiado por completo con respecto a los típicos de nuestra provincia. El verde de las mieses en los campos era de una intensidad deslumbrante, que contrastaba con el azul del cielo de aquel día despejado y sin nubes. Una ligerísima brisa nos ayudaría a que el sol no nos achicharrara durante la marcha. La misma brisa que hacía que los largos tallos de los cereales se acunaran y movieran como si del mar se tratase. Formando olas que hacían que las tonalidades del verde cambiaran continuamente. En la cola del pelotón los aficionados a la fotografía tratábamos de recoger, sin éxito, aquellos movimientos con nuestras cámaras. Todo un espectáculo de la naturaleza.
Un pequeño y despistado perro, que intentaba seguirnos, dio al personal un susto de muerte al estar a punto de ser atropellado por uno de los pocos coches que circulaban por aquella solitaria carretera, justo en el momento en que la abandonábamos para integrarnos entre aquella inmensidad de centeno ya por sendero de tierra.
Mi hermana Isabel, que de nuevo me acompañaba, andaba en conversaciones de mujeres con el resto de nuestras compañeras femeninas, por lo que opté por unirme a nuestro presidente de Asociación, Federico, e iniciar una larga charla con él. Estuvimos comentando diversos aspectos de la asociación y enseguida a comentar "batallitas" y anécdotas de nuestras respectivas experiencias en el Camino Francés. De esta manera supe que había sido en un par de ocasiones hospitalero en San Juan de Ortega, comentándome las excelencias de la sopa de ajo de José María Alonso, el hospitalero por excelencia de aquel lugar y fallecido recientemente al pie del cañón como siempre estuvo. No hice mención de lo que me había parecido a mi aquel albergue, en el que no me detuve al saber que no había agua caliente y las camas eran cutres e incomodas. Que había estado otras tantas veces como hospitalero en el Monasterio de Samos, en donde había hecho una gran amistad con varios de los pocos monjes benedictinos que todavía permanecen en el lugar, y que no hace tantos años era uno de los monasterios mas concurridos. Que precisamente a finales de aquel mes de Mayo visitaría en varias ocasiones Samos, ya que tenía previsto hacer una exposición de sus cuadros que pintaba con motivos jacobeos.
Aquella hora y poco, que estuve andando y hablando con Federico, me dio ocasión de conocerlo algo mas y mejor. Aquel prejubilado de banca, casi siempre con media sonrisa dibujada en su rostro, no solo tenía un notable espíritu religioso, sino que gran parte de su mundo giraba en torno al Camino, y no era mas su dedicación a la Ruta debido a recientes problemas físicos que amenazaban con hacerlo pasar por el quirófano y a ciertos problemas familiares surgidos a raíz de que su esposa, que hasta hacía poco casi siempre lo había acompañado en las aventuras, no viera con muy buenos ojos las largas ausencias de su marido, enfrascado en etapas de los diferentes caminos, amen de ciertos viajes a convenciones de carácter jacobeo debidas al cargo que ostentaba en la agrupación de Alicante.
De esta manera, en agradabilisima charla, vislumbramos a lo lejos una edificación, un caserón abandonado, y la silueta de tres personas que parecían esperarnos. Federico me anunció que allí era el lugar elegido para el almuerzo y que las personas que veíamos eran compañeros de la Asociación de Amigos del Camino de La Roda, que harían el resto de la etapa con nuestro grupo.
Hice ver que me alegraba por ambos motivos. Pero lo que realmente me importaba era el almuerzo, ya que tras dos horas de buen ritmo en la marcha y con la exaustiva charla se me había abierto el apetito.

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