martes, 12 de febrero de 2008

Un paseo ya hasta Logroño

Al ver a Rafa recogimos rápido nuestra basura como buenos peregrinos, para depositarla en algún contenedor que encontráramos por la ruta. Si bién acabábamos de realizar algo no muy recomendable, como era sentarse sobre unas matas de hierba resecas, con el peligro de que algún insecto no deseado se nos pegara a las ropas o las mochilas, y lo transportáramos hasta el albergue. Así es como se producen cada cierto tiempo algunas plagas, sobre todo chinches y pulgas, tan peligrosas y desagradables. No es por la falta de higiene de los caminantes. Al contrario. Creo que no hay ningún peregrino que no sueñe con una buena ducha al llegar a su destino, incluso si es con un agua congelada como en Estella, a pesar de que dicen "por ahí" que puede provocar impotencia. Gracias a Dios, a las Asociaciones y a los hospitaleros, cada cierto tiempo se desinfectan los albergues. Fundas de colchones, almohadas y mantas pasan por las lavanderías para desparasitar a conciencia. Un destino mas a tener en cuenta, cuando se nos cobra por pernoctar en ellos. Aun así, desgraciadamente, de cuando en cuando puede verse a algún peregrino picado por chinches, lo que dá un aspecto negativo a nuestro Camino.
Continuamos durante un corto trecho hasta llegar al límite de la provincias de Navarra y La Rioja, justo a la altura de un pequeño puente de madera junto a la fábrica de la papelera Ebro y a la carretera Nacional que de nuevo tuvimos que cruzar.
En aquel punto estabamos solo a cuatro kilómetros de la capital riojana, y a poco mas de 10 de Oyón el primer pueblo de la provincia de Alava, según me informó Javier como buen vasco.
Ascendimos el monte Cantabría, una pequeña tachuela en el sendero, y fuimos rebasados por un ciclista italiano al que el donostiarra saludó con un "Forza Pantani" lo que provocó un estado de gloriosa exaltación patriótica en el ciclista que renovó sus fuerzas y siguió con mas brío su subida.
Desde lo mas alto tuvimos Logroño a la vista lo que nos empezó a dar alas viendo el final de los 29 Kms. de aquella etapa.
En la bajada debimos pasar frente a la casa de doña Felisa, aunque no nos dimos cuenta de ello. Esta mujer, fallecida en el año 2002, era un personaje entrañable de los que pasan a la historia del Camino. Se entretenía sellando las credenciales de todos aquellos que pasaban por su porche y a muchos les regalaba higos que cultivaba en su jardín.
Tras pasar por delante del muro de un cementerio, tuvimos el Ebro ante nuestra vista. La ribera estaba flanqueada por inumerables árboles y mucha vegetación. Corría el rio con un agua marrón pero abundante para el mes de Septiembre, y lo fuimos siguiendo hasta llegar a las inmediaciones del Puente de Piedra, ya en pleno casco urbano de la capital.
Allí nos entretuvimos haciendonos fotos ante un monumento a los peregrinos, con mucha similitúd al de los Peregrinos Ilustres de la entrada a Santiago. Cada uno de nosotros fue colocando su mano en la huella que tenía el enorme pilar de hormigón, mientras el compañero inmortalizaba el momento.
Cruzamos el puente, y pudimos apreciar la gran anchura del rio. Valencianos y almerienses no estamos acostumbrados a ver correr tanta agua dulce junta. Todo lo más, la salada de nuestro Mediterráneo. Al menos a mi me impresionó sus dimensiones.
Una vez salvado el puente no tuvimos que andar mucho, ya que la Ruavieja, calle típicamente jacobea y donde estaba situado el albergue de peregrinos, estaba a pocos pasos.
Entramos en el cuidado albergue y nos dieron cama en el segundo piso. Yo pagué a pesar de que no iba a utilizar la cama esa noche, pero no iba a perdonar la ducha. Y hacia allí nos dirigimos, debo reconocer que renqueantes, con las piernas bastante cansadas y cargadas. En la ducha, de agua caliente esta vez, me encontré con un bote de champú olvidado por alguno, y en el lado negativo, que el agua disolvió los dos colgantes con símbolos celtas comprados en Torres del Rio que llevaba al cuello. Sin duda los argentinos no bañaban con excesivo esmalte sus artesanías, con lo que Alvarito se quedaba sin regalos celtas.
Cambiado y relajado, decidí hacer cuanto antes la visita turística, previo cortado descafeinado, pues eran casi las cuatro de la tarde. Me acompañaron Javier y Rafa, ya que Esperanza y Miguel, cansadisimos, cogieron la cama con intenciones de una larga siesta.

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