martes, 19 de febrero de 2008

Viaje de vuelta

A la hora prevista el bus llegó a la estación. Subí juntamente con dos o tres matrimonios de jubilados (que debían ir a sus apartamentos de la Manga del Mar Menor), y cuando reparé en el asiento que me correspondía resultó que, la butaca de al lado estaba ocupada por un china jovencita (esta debía ir a trabajar a una tienda todo a cien, también en La Manga, ... supuse...) ! No tengo remedio, "mardita sea mi suerte" ¡ siempre viajando con los tipos mas raros del pasaje. En el viaje de ida con Mohamed, el moruno y presunto terrorista suicida, y ahora en el de vuelta con una chinita de ojos rasgados.
Sin tiempo casi para aposentarme, el bus arrancó y pronto dejamos atras las calles de Logroño enfilando la autovía e iniciando así las nueve horas de viaje que tenia por delante.
La pelicula de video era una bazofia, la chinita pasaba de todo y de todos, los jubilados fueron quedándose dormidos unos tras otros tras la parada, con lo que yo me dediqué a dejar volar los pensamientos y recapitulándo con todo lo acontecido en aquellos días. Sin duda que la primera etapa en Roncesvalles, había sido una de las mas bonitas de mis aún cortas estancias en el Camino. Supongo que la anterior, la de la subida desde Saint Jean Pied-de-Port, también debía ser soberbia pero sin duda mucho mas dificultosa y exigente. También era consciente de que etapas como aquellas, salvo las de los bosques de Galicia, habían tocado a su fin, y que los paisajes en adelante, salvo honrosas excepciones, estarían faltos de esos bosques que tanto me apasionaban.
Pamplona me había gustado mucho, a pesar de que una tarde de domingo suponía poca actividad en las calles y tiendas y comercios cerrados. De Zubiri prefiero no recordar nada, pero no así de la infinidad de pequeños pueblecitos de sabor vasco navarro por los que habíamos pasado. Luego, la subida al Perdón había estado genial, casi irrepetible por las sensaciones que despertaba. Puente La Reina, Estella y Viana no habían defraudado las espectativas iniciales y había sido una gozada disfrutar de su arte, su arquitectura y su historia. Y para completar aquella aventura, pueblecitos desconocidos para mi, como Cirauqui, Torres del Rio o Los Arcos, me habían impactado gratamente, unos por su aspecto netamente medieval otros por la sorpresa de encontrar en ellos tal cantidad de riqueza cultural y artistica.
Las amistades hechas en aquellas jornadas no desmerecían para nada a las del año anterior, y sin duda habían servido para hacer de aquel tramo un exito rotundo. Un tramo del Camino que no hubiera sido igual de no conocer a aquellos buenos amigos.
Fansaeé durante un rato con la improbable posibilidad de juntar a todos ellos para una nueva aventura por la Ruta Jacobea, y mas aún, con poder caminar con María Dolores, mi mujer y compañera... pero aquello todavía debería esperar. Aún debería continuar con el trabajo de mentalización con ella, poco a poco, hablándole y contándole cosas de aquel Camino, sin agobiarla con exigencias, para que la idea fuera calando, y algún día me acompañara.
Y de pronto... me desperté en Gandia, cuando estaba a punto de amanecer.
Me había quedado dormido como un tronco, cuando el autobus arrancó de nuevo, después de su habitual parada en la provincia de Teruel. Con un reconfortante café con leche en el cuerpo, y sin duda cansado por la paliza de los 29 Kms. desde Los Arcos a Logroño, y luego la caminata entre sus calles, sin ni siquiera darme cuenta me había vencido el sueño. Sorprendente, pues yo nunca consigo conciliar el sueño en los viajes.

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