martes, 3 de junio de 2008

En Santa Eulalia

La entrada al pequeño pueblo la hicimos por una estrecha calle sin asfalto, que caso de haber existido alguna vez, brillaba ahora por su ausencia. Desembocamos en una enorme plaza con la ermita a un lado, y la imagen que desde aquel punto tuve de la colonia, fue una mezcla de admiración y pena. A la par los dos sentimientos. Admiración, ya que las casas, algunos impresionantes edificios, la misma plaza y la ermita, tenían el aire antiguo que daba la vida y costumbres del siglo XIX, a cuyos finales había sido fundada la localidad lo que la hacían encantadora, evocando con su indiscutible decadencia tiempos de mas esplendor. Pena, porque a pesar de que lo que teníamos a la vista no amenazaba ruina inminente, era patente el abandono y el descuido en que estaba sumida aquella antigua colonia agrícola. Y sin embargo, aquello mismo era lo que daba ese punto surealista al conjunto. Como si el tiempo se hubiera detenido, al igual que el reloj de la iglesia, y que el siglo XXI hubiera seguido por la cercana autovía, pasándose de largo el desvío y llevando la modernidad a otros lugares, permitiendo que cierto regusto decimonónico continuara imperando aún allí.
Cada uno se fue desperdigando por donde le vino en gana, curioseando y tratando de encontrar nuevos puntos de interés, y cuando alguno descubría esa nueva atracción, producía una especie de efecto llamada en forma de mas compañeros que acudían prestos al lugar para disfrutar del hallazgo. Así fue como llegué por una de las solitarias calles hasta el antiguo Teatro, el Cervantes, ya que las huellas de sus letras de molde, a pesar de haber desaparecido hacía décadas, permitían leer el nombre todavía. A través de un hueco en la madera de su tapiada entrada, junto a las antiguas taquillas, podía alcanzar la vista a ver su destartalado escenario y las barandillas de su plateas. Aquello era realmente increíble, y a pesar del polvo y la penumbra en que estaba sumido todo en su interior, pareciera que estuviéramos viendo el saloon de un pueblo del oeste americano. Faltaba solo el pianista para disparar sobre él.
Con mis amigas Crecen, Berin y Encarna, encontramos a una de las pocas habitantes de la Colonia, una señora cuya casa estaba situada junto a la antigua fabrica de harina, un impresionante edificio de descascarillada pintura roja con sus ventanas remarcadas en blanco, y que a la vista de tanta gente en su pueblo no quería perder la oportunidad de distraerse y marujear en aquella aburrida mañana de sábado. Nos comentó la buena mujer, secándose las manos en su pequeño delantal, que muchas de las casas del pueblo aún estaban habitadas, aunque solo fuera en contados fines de semana o en vacaciones. Que la gente joven hacia años que habían abandonado el pueblo buscando trabajo en las dos ciudades cercanas, Sax o Villena, y que la monotonía y el aburrimiento eran la clave dominante en Santa Eulalia... eso saltaba a la vista, aunque siempre había cosas que hacer en la casa y en el pequeño jardín que ella cuidaba. Que los hombres, cuatro viejos mal contados, mataban el tiempo jugando a cartas en el Casinete, el pequeño bar que aún se resistía a cerrar sus puertas y que de cuando en cuando se ocupaban de sus huertas de hortalizas en la parte trasera de las viviendas. Efectivamente, tras despedirnos de ella, a pesar de que le hubiera encantado hacernos de guía y explicarnos mas cosas, y tras observar el antiguo economato, las almazaras, la fabrica de alcohol, las bodegas y la administración de correos y telégrafos, con su buzón en forma de cabeza de león de bronce, que pareciera tragarse las cartas que le fueran a echar, me acerque hasta el pequeño bar, único comercio abierto de todo el pueblo, donde pude contar no mas de cuatro boinas entre el ruido de las fichas de dominó que impactaban en las mesas de mármol a cada jugada, y un matrimonio de viejos, como no podía ser menos, que regentaban el lugar y servían alguna tapa que cocinaban en una cocina interior, con un par de motoristas de la Guardia Civil de Trafico, únicos clientes en aquel momento, que tomaban unas cañas y unos cacahuetes al abrigo de miradas indiscretas, salvo las nuestras. Pedí una coca-cola y salí a almorzar en el exterior, pero un nuevo movimiento de la tropa hacia un lugar arrinconado y medio oculto me indicó que una nueva sorpresa deparaba el lugar. Me acerqué, aun masticando mi pan con jamón, para ver lo que en su día fue la mansión señorial del conde de Alcudia y Gestalgar y la vizcondesa de Alzira, quienes la mandaron construir en 1.898, cuando regentaban aquellas productivas tierras, que eran cultivadas por asalariados a los que se daba alojamiento en las casa de alrededor, y que había dado pie a la creación de esta preciosa pedanía. La enorme masía, sin duda de regio abolengo, permanecía en pie entre unos antiguos jardines que tuvieron sin duda tiempos de gloria, pero hoy amenzaban con engullir la casa definitivamente por el avance de la maleza, infinidad de enredaderas y los ramajes de los arboles.
Supe tiempo mas tarde muchos mas detalles de la historia de esta colonia, cuando mi interés por saber mas cosas de aquel curioso y precioso pueblo me llevo a indagar mas sobre el asunto. Cada año, cuando la etapa del Sureste pasa por Santa Eulalia, se produce entre nosotros una ilusionante espectativa, y renace la curiosidad y el gusto por esta desconocida población, ignorada incluso para los que vivimos en la provincia y la tenemos tan cerca. Santa Eulalia, merece muy mucho la pena de ser visitada, pero el consejo es hacerlo con calma y no con las prisas de la visita a otras localidades, ese tipo de mirada tranquila y reposada que se necesita para disfrutar de un patrimonio arquitectónico de otra época ya olvidada.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Faltan 4 días.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Cuatro dias , tres horas y veintisiete minutos , para el GRAN EVENTO arroceril en Alacant , como van esos animos ,yo os ofrezco de entrada una gambita..................(Corregido ortograficamente por la R.A.L.E.)

Anónimo dijo...

Como me apetece que nos reunamos todos y que comamos paellita. Nora, tu y yo nos pondremos al dia que ya me apetece verte. Un beso a todos

Anónimo dijo...

Como me apetece que nos reunamos todos y que comamos paellita. Nora, tu y yo nos pondremos al dia que ya me apetece verte. Un beso a todos